22
Pero Dios me ha ayudado hasta hoy, y así me mantengo firme, testificando a grandes y pequeños. No he dicho sino lo que los profetas y Moisés ya dijeron que sucedería:
23
que el Cristo padecería y que, siendo el primero en resucitar, proclamaría la luz a su propio pueblo y a los gentiles.
24
Al llegar Pablo a este punto de su defensa, Festo interrumpió.—¡Estás loco, Pablo! —le gritó—. El mucho estudio te ha hecho perder la cabeza.
25
—No estoy loco, excelentísimo Festo —contestó Pablo—. Lo que digo es cierto y sensato.
26
El rey está familiarizado con estas cosas, y por eso hablo ante él con tanto atrevimiento. Estoy convencido de que nada de esto ignora, porque no sucedió en un rincón.
27
Rey Agripa, ¿cree usted en los profetas? ¡A mí me consta que sí!
28
—Un poco más y me convences a hacerme cristiano —le dijo Agripa.
29
—Sea por poco o por mucho —le replicó Pablo—, le pido a Dios que no solo usted, sino también todos los que me están escuchando hoy, lleguen a ser como yo, aunque sin estas cadenas.
30
Se levantó el rey, y también el gobernador, Berenice y los que estaban sentados con ellos.
31
Al retirarse, decían entre sí:—Este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte ni la cárcel.
32
Y Agripa le dijo a Festo:—Se podría poner en libertad a este hombre si no hubiera apelado al emperador.