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Por consiguiente, oh rey Agripa, no fui desobediente a la visión celestial,
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sino que anunciaba, primeramente a los que estaban en Damasco y también en Jerusalén, y después por toda la región de Judea, y aun a los gentiles, que debían arrepentirse y volverse a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.
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Por esta causa, algunos judíos me prendieron en el templo y trataron de matarme.
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Así que habiendo recibido ayuda de Dios, continúo hasta este día testificando tanto a pequeños como a grandes, no declarando más que lo que los profetas y Moisés dijeron que sucedería:
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que el Cristo había de padecer, y que por motivo de su resurrección de entre los muertos, El debía ser el primero en proclamar luz tanto al pueblo judío como a los gentiles.
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Mientras Pablo decía esto en su defensa, Festo dijo<***> a gran voz: ¡Pablo, estás loco! ¡Tu mucho saber te está haciendo perder la cabeza!
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Mas Pablo dijo<***>: No estoy loco, excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura.
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Porque el rey entiende estas cosas, y también le hablo con confianza, porque estoy persuadido de que él no ignora nada de esto; pues esto no se ha hecho en secreto.
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Rey Agripa, ¿crees en los profetas? Yo sé que crees.
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Y Agripa respondió a Pablo: En poco tiempo me persuadirás a que me haga cristiano.
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Y Pablo dijo: Quisiera Dios que, ya fuera en poco tiempo o en mucho, no sólo tú, sino también todos los que hoy me oyen, llegaran a ser tal como yo soy, a excepción de estas cadenas.
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Entonces el rey, el gobernador, Berenice y los que estaban sentados con ellos se levantaron,
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y mientras se retiraban, hablaban entre ellos, diciendo: Este hombre no ha hecho<***> nada que merezca muerte o prisión.
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Y Agripa dijo a Festo: Podría ser puesto en libertad este hombre, si no hubiera apelado al César.