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Los judíos se unieron también a la acusación, asegurando que, efectivamente, así era todo.
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Después que el gobernador le hizo una señal para que hablara, Pablo respondió: Sabiendo que por muchos años tú has sido juez de esta nación, con gusto presento mi defensa,
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puesto que tú puedes comprobar el hecho de que no hace más de doce días que subí a Jerusalén a adorar.
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Y ni en el templo, ni en las sinagogas, ni en la ciudad misma me encontraron discutiendo con nadie o provocando un tumulto.
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Ni tampoco pueden probarte de lo que ahora me acusan.
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Pero esto admito ante ti, que según el Camino que ellos llaman secta, yo sirvo al Dios de nuestros padres, creyendo todo lo que es conforme a la ley y que está escrito en los profetas;
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teniendo la misma esperanza en Dios que éstos también abrigan, de que ciertamente habrá una resurrección tanto de los justos como de los impíos.
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Por esto, yo también me esfuerzo por conservar siempre una conciencia irreprensible delante de Dios y delante de los hombres.
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Y, después de varios años, he venido para traer limosnas a mi nación y a presentar ofrendas;
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haciendo lo cual me encontraron en el templo, después de haberme purificado, no con multitud ni con alboroto. Pero estaban allí ciertos judíos de Asia,
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y que deberían haberse presentado aquí ante ti y acusarme si tuvieran algo contra mí.