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de lo cual pueden testificar el sumo sacerdote y todo el concilio de los ancianos. También de ellos recibí cartas para los hermanos, y me puse en marcha para Damasco con el fin de traer presos a Jerusalén también a los que estaban allá, para que fueran castigados.
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Y aconteció que cuando iba de camino, estando ya cerca de Damasco, como al mediodía, de repente una luz muy brillante fulguró desde el cielo a mi derredor,
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y caí al suelo, y oí una voz que me decía: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?"
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Y respondí: "¿Quién eres, Señor?" Y El me dijo: "Yo soy Jesús el Nazareno, a quien tú persigues."
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Y los que estaban conmigo vieron la luz, ciertamente, pero no comprendieron la voz del que me hablaba.
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Y yo dije: "¿Qué debo hacer, Señor?" Y el Señor me dijo: "Levántate y entra a Damasco; y allí se te dirá todo lo que se ha ordenado que hagas."
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Pero como yo no veía por causa del resplandor de aquella luz, los que estaban conmigo me llevaron de la mano y entré a Damasco.
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Y uno llamado Ananías, hombre piadoso según las normas de la ley, y de quien daban buen testimonio todos los judíos que vivían allí,
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vino a mí, y poniéndose a mi lado, me dijo: "Hermano Saulo, recibe la vista." En ese mismo instante alcé los ojos y lo miré.
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Y él dijo: "El Dios de nuestros padres te ha designado para que conozcas su voluntad, y para que veas al Justo y oigas palabra de su boca.
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"Porque testigo suyo serás a todos los hombres de lo que has visto y oído.