17
Y me aconteció, vuelto a Jerusalén, que orando en el Templo, fui arrebatado fuera de mí.
18
Y le vi que me decía: Date prisa, y sal prestamente fuera de Jerusalén; porque no recibirán tu testimonio acerca de mí.
19
Y yo dije: Señor, ellos saben que yo encerraba en cárcel, y hería por las sinagogas a los que creían en ti;
20
y cuando se derramaba la sangre de Esteban tu testigo, yo también estaba presente, y consentía a su muerte, y guardaba las ropas de los que le mataban.
21
Y me dijo: Ve, porque yo te tengo que enviar lejos a los gentiles.
22
Y le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a un tal hombre, porque no conviene que viva.
23
Y dando ellos voces, y arrojando sus ropas y echando polvo al aire,
24
Mandó el tribuno que le llevasen a la fortaleza, y ordenó que fuese examinado con azotes, para saber por qué causa clamaban así contra él.
25
Y como le ataron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba presente: ¿Os es lícito azotar a un hombre romano sin ser condenado?
26
Cuando el centurión oyó esto , fue y dio aviso al tribuno, diciendo: ¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es romano.
27
Y viniendo el tribuno, le dijo: Dime, ¿eres tú Romano? Y él dijo: Sí.
28
Y respondió el tribuno: Yo con grande suma alcancé esta ciudadanía. Entonces Pablo dijo: Pero yo lo soy de nacimiento.
29
Así que, luego se apartaron de él los que le habían de atormentar; y aun el tribuno también tuvo temor, entendido que era romano, por haberle atado.
30
Y al día siguiente, queriendo saber de cierto la causa por qué era acusado de los judíos, le soltó de las prisiones, y mandó venir a los príncipes de los sacerdotes, y a todo su concilio; y sacando a Pablo, le presentó delante de ellos.