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Los creyentes enseguida tomaron medidas y enviaron a Pablo a la costa, mientras que Silas y Timoteo permanecieron allí.
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Los que acompañaban a Pablo fueron con él hasta Atenas; luego regresaron a Berea con instrucciones para Silas y Timoteo de que se apresuraran a unirse a él.
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Pablo predica en Atenas
Mientras Pablo los esperaba en Atenas, se indignó profundamente al ver la gran cantidad de ídolos que había por toda la ciudad.
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Iba a la sinagoga para razonar con los judíos y con los gentiles
temerosos de Dios y hablaba a diario en la plaza pública con todos los que estuvieran allí.
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También debatió con algunos filósofos epicúreos y estoicos. Cuando les habló acerca de Jesús y de su resurrección, ellos dijeron: «¿Qué trata de decir este charlatán con esas ideas raras?». Otros decían: «Parece que predica de unos dioses extranjeros».
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Entonces lo llevaron al Concilio Supremo de la ciudad.
«Ven y háblanos sobre esta nueva enseñanza —dijeron—.
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Dices cosas bastante extrañas y queremos saber de qué se trata».
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(Cabe explicar que todos los atenienses, al igual que los extranjeros que están en Atenas, al parecer pasan todo el tiempo discutiendo las ideas más recientes).
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Entonces Pablo, de pie ante el Concilio,
les dirigió las siguientes palabras: «Hombres de Atenas, veo que ustedes son muy religiosos en todo sentido,
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porque mientras caminaba observé la gran cantidad de lugares sagrados. Y uno de sus altares tenía la siguiente inscripción: “A un Dios Desconocido”. Este Dios, a quien ustedes rinden culto sin conocer, es de quien yo les hablo.
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»Él es el Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él. Ya que es el Señor del cielo y de la tierra, no vive en templos hechos por hombres,
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y las manos humanas no pueden servirlo, porque él no tiene ninguna necesidad. Él es quien da vida y aliento a todo y satisface cada necesidad.
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De un solo hombre
creó todas las naciones de toda la tierra. De antemano decidió cuándo se levantarían y cuándo caerían, y determinó los límites de cada una.
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»Su propósito era que las naciones buscaran a Dios y, quizá acercándose a tientas, lo encontraran; aunque él no está lejos de ninguno de nosotros.
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Pues en él vivimos, nos movemos y existimos. Como dijeron algunos de sus
propios poetas: “Nosotros somos su descendencia”.
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Y, como esto es cierto, no debemos pensar en Dios como un ídolo diseñado por artesanos y hecho de oro, plata o piedra.
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»En la antigüedad Dios pasó por alto la ignorancia de la gente acerca de estas cosas, pero ahora él manda que todo el mundo en todas partes se arrepienta de sus pecados y vuelva a él.
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Pues él ha fijado un día para juzgar al mundo con justicia por el hombre que él ha designado, y les demostró a todos quién es ese hombre al levantarlo de los muertos».
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Cuando oyeron a Pablo hablar acerca de la resurrección de los muertos, algunos se rieron con desprecio, pero otros dijeron: «Queremos oír más sobre este tema más tarde».
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Con esto terminó el diálogo de Pablo con ellos,
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pero algunos se unieron a él y se convirtieron en creyentes. Entre ellos estaban Dionisio —un miembro del Concilio
—, una mujer llamada Dámaris y varios más.