5
Entonces Ester llamó a Hatac, uno de los eunucos del rey, que él había puesto al servicio de ella, y lo mandó a Mardoqueo, para saber qué era aquello, y por qué.
6
Salió, pues, Hatac a Mardoqueo, a la plaza de la ciudad que estaba delante de la puerta del rey.
7
Y Mardoqueo le declaró todo lo que le había acontecido, y le dio noticia de la plata que Amán había dicho que pesaría para los tesoros del rey por razón de los judíos, para destruirlos.
8
Le dio también la copia de la escritura del decreto que había sido dado en Susa para que fuesen destruidos, a fin de que la mostrara a Ester y se lo declarase, y le encargara que fuese al rey a suplicarle, y a pedir delante de él por su pueblo.
9
Y vino Hatac, y contó a Ester las palabra de Mardoqueo.
10
Entonces Ester dijo a Hatac, y le mandó decir a Mardoqueo:
11
Todos los siervos del rey, y el pueblo de las provincias del rey saben, que todo varón o mujer que entra al rey al patio de adentro sin ser llamado, por una sola ley ha de morir; salvo aquel a quien el rey extendiere la vara de oro, el cual vivirá; y yo no he sido llamada para entrar al rey estos treinta días.
12
Y dijeron a Mardoqueo las palabras de Ester.
13
Entonces dijo Mardoqueo que respondiesen a Ester: No pienses en tu alma, que escaparás en la casa del rey más que todos los judíos.
14
Porque si absolutamente callares en este tiempo, respiro y liberación tendrán los judíos de otra parte; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?
15
Y Ester dijo que respondiesen a Mardoqueo: