1
Porque sabemos que si la tienda terrenal que es nuestra morada, es destruida, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos.
2
Pues, en verdad, en esta morada gemimos, anhelando ser vestidos con nuestra habitación celestial;
3
y una vez vestidos, no seremos hallados desnudos.
4
Porque asimismo, los que estamos en esta tienda, gemimos agobiados, pues no queremos ser desvestidos, sino vestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida.
5
Y el que nos preparó para esto mismo es Dios, quien nos dio el Espíritu como garantía.
6
Por tanto, animados siempre y sabiendo que mientras habitamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor
7
(porque por fe andamos, no por vista);
8
pero cobramos ánimo y preferimos más bien estar ausentes del cuerpo y habitar con el Señor.
9
Por eso, ya sea presentes o ausentes, ambicionamos serle agradables.