2
Conviene, pues, que el obispo sea irreprensible, marido de una mujer, solícito, templado, compuesto, hospedador, apto para enseñar;
3
No amador del vino, no heridor, no codicioso de torpes ganancias, sino moderado, no litigioso, ajeno de avaricia;
4
Que gobierne bien su casa, que tenga sus hijos en sujeción con toda honestidad;
5
(Porque el que no sabe gobernar su casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?)
6
No un neófito, porque inflándose no caiga en juicio del diablo.
7
También conviene que tenga buen testimonio de los extraños, porque no caiga en afrenta y en lazo del diablo.
8
Los diáconos asimismo, deben ser honestos, no bilingües, no dados á mucho vino, no amadores de torpes ganancias;
9
Que tengan el misterio de la fe con limpia conciencia.
10
Y éstos también sean antes probados; y así ministren, si fueren sin crimen.
11
Las mujeres asimismo, honestas, no detractoras, templadas, fieles en todo.
12
Los diáconos sean maridos de una mujer, que gobiernen bien sus hijos y sus casas.
13
Porque los que bien ministraren, ganan para sí buen grado, y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús.
14
Esto te escribo con esperanza que iré presto á ti:
15
Y si no fuere tan presto, para que sepas cómo te conviene conversar en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y apoyo de la verdad.
16
Y sin cotradicción, grande es el misterio de la piedad: Dios ha sido manifestado en carne; ha sido justificado con el Espíritu; ha sido visto de los ángeles; ha sido predicado á los Gentiles; ha sido creído en el mundo; ha sido recibido en gloria.