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Al partir para Macedonia, te encargué que permanecieras en Éfeso y les ordenaras a algunos supuestos maestros que dejen de enseñar doctrinas falsas
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y de prestar atención a leyendas y genealogías interminables. Esas cosas provocan controversias en vez de llevar adelante la obra de Dios que es por la fe.
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Debes hacerlo así para que el amor brote de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera.
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Algunos se han desviado de esa línea de conducta y se han enredado en discusiones inútiles.
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Pretenden ser maestros de la ley, pero en realidad no saben de qué hablan ni entienden lo que con tanta seguridad afirman.
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Ahora bien, sabemos que la ley es buena, si se aplica como es debido.
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Tengamos en cuenta que la ley no se ha instituido para los justos sino para los desobedientes y rebeldes, para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos. La ley es para los que maltratan a sus propios padres, para los asesinos,
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para los adúlteros y los homosexuales, para los traficantes de esclavos, los embusteros y los que juran en falso. En fin, la ley es para todo lo que está en contra de la sana doctrina
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enseñada por el glorioso evangelio que el Dios bendito me ha confiado.