4
Y Jonatán habló bien de David a Saúl su padre, y le dijo: No peque el rey contra su siervo David, pues que ninguna cosa ha cometido contra ti; antes sus obras te han sido muy buenas;
5
porque él puso su alma en su palma, e hirió al filisteo, y el SEÑOR hizo una gran salud a todo Israel. Tú lo viste, y te alegraste; ¿por qué, pues, pecarás contra la sangre inocente, matando a David sin causa?
6
Y oyendo Saúl la voz de Jonatán, juró: Vive el SEÑOR, que no morirá.
7
Llamando entonces Jonatán a David, le declaró todas estas palabras; y él mismo trajo a David a Saúl, y estuvo delante de él como había sido el caso tres días antes.
8
Y volvió a hacerse guerra; y salió David y peleó contra los filisteos, y los hirió con gran estrago, y huyeron delante de él.
9
Y el espíritu malo de parte del SEÑOR fue sobre Saúl; y estando sentado en su casa tenía una lanza a mano, mientras David estaba tañendo con su mano.
10
Y Saúl procuró enclavar a David con la lanza en la pared; mas él se apartó de delante de Saúl, el cual hirió con la lanza en la pared; y David huyó, y se escapó aquella noche.
11
Saúl envió luego mensajeros a casa de David para que lo guardasen, y lo matasen a la mañana. Mas Mical su mujer lo descubrió a David, diciendo: Si no salvares tu vida esta noche, mañana serás muerto.
12
Y Mical descolgó a David por una ventana; y él se fue, y huyó, y se escapó.
13
Tomó luego Mical una estatua, y la puso sobre la cama, y le acomodó por cabecera una almohada de pelos de cabra, y la cubrió con una ropa.
14
Y cuando Saúl envió mensajeros que tomasen a David, ella respondió: Está enfermo.