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Al oír esto, el rey David ordenó:—¡Llamen a Betsabé!Ella entró y se quedó de pie ante el rey.
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Entonces el rey le hizo este juramento:—Tan cierto como que vive el SEÑOR, que me ha librado de toda angustia,
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te aseguro que hoy cumpliré lo que te juré por el SEÑOR, el Dios de Israel. Yo te prometí que tu hijo Salomón me sucederá en el trono y reinará en mi lugar.
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Betsabé se inclinó ante el rey y, postrándose rostro en tierra, exclamó:—¡Que viva para siempre mi señor el rey David!
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David ordenó:—Llamen al sacerdote Sadoc, al profeta Natán y a Benaías hijo de Joyadá.Cuando los tres se presentaron ante el rey,
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este les dijo:—Tomen con ustedes a los funcionarios de la corte, monten a mi hijo Salomón en mi propia mula, y llévenlo a Guijón
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para que el sacerdote Sadoc y el profeta Natán lo unjan como rey de Israel. Toquen luego la trompeta, y griten: “¡Viva el rey Salomón!”
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Después de eso, regresen con él para que ocupe el trono en mi lugar y me suceda como rey, pues he dispuesto que sea él quien gobierne a Israel y a Judá.
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—¡Que así sea! —le respondió Benaías hijo de Joyadá—. ¡Que así lo confirme el SEÑOR, Dios de Su Majestad!
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Que así como el SEÑOR estuvo con Su Majestad, esté también con Salomón; ¡y que engrandezca su trono aún más que el trono de mi señor el rey David!
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El sacerdote Sadoc, el profeta Natán y Benaías hijo de Joyadá, y los quereteos y los peleteos, montaron a Salomón en la mula del rey David y lo escoltaron mientras bajaban hasta Guijón.
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Allí el sacerdote Sadoc tomó el cuerno de aceite que estaba en el santuario, y ungió a Salomón. Tocaron entonces la trompeta, y todo el pueblo gritó: «¡Viva el rey Salomón!»
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Luego, todos subieron detrás de él, tocando flautas y lanzando gritos de alegría. Era tal el estruendo, que la tierra temblaba.
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Adonías y todos sus invitados estaban por terminar de comer cuando sintieron el estruendo. Al oír el sonido de la trompeta, Joab preguntó:—¿Por qué habrá tanta bulla en la ciudad?
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Aún estaba hablando cuando llegó Jonatán, hijo del sacerdote Abiatar.—¡Entra! —le dijo Adonías—. Un hombre respetable como tú debe traer buenas noticias.
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—¡No es así! —exclamó Jonatán—. Nuestro señor el rey David ha nombrado rey a Salomón.
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También ha ordenado que el sacerdote Sadoc, el profeta Natán y Benaías hijo de Joyadá, con los quereteos y los peleteos, monten a Salomón en la mula del rey.
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Sadoc y Natán lo han ungido como rey en Guijón. Desde allí han subido lanzando gritos de alegría, y la ciudad está alborotada. A eso se debe tanta bulla.
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Además, Salomón se ha sentado en el trono real,
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y los funcionarios de la corte han ido a felicitar a nuestro señor, el rey David. Hasta le desearon que su Dios hiciera el nombre de Salomón más famoso todavía que el de David, y que engrandeciera el trono de Salomón más que el suyo. Ante eso, el rey se inclinó en su cama
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y dijo: “¡Alabado sea el SEÑOR, Dios de Israel, que hoy me ha concedido ver a mi sucesor sentarse en mi trono!”
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Al oír eso, todos los invitados de Adonías se levantaron llenos de miedo y se dispersaron.
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Adonías, por temor a Salomón, se refugió en el santuario, en donde se agarró de los cuernos del altar.
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No faltó quien fuera a decirle a Salomón:—Adonías tiene miedo de Su Majestad y está agarrado de los cuernos del altar. Ha dicho: “¡Quiero que hoy mismo jure el rey Salomón que no condenará a muerte a este servidor suyo!”
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Salomón respondió:—Si demuestra que es un hombre de honor, no perderá ni un cabello de su cabeza; pero si se le sorprende en alguna maldad, será condenado a muerte.
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Acto seguido, el rey Salomón mandó que lo trajeran. Cuando Adonías llegó, se inclinó ante el rey Salomón, y este le ordenó que se fuera a su casa.