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Había un hombre bueno y justo llamado José, miembro del Consejo,
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que no había estado de acuerdo con la decisión ni con la conducta de ellos. Era natural de un pueblo de Judea llamado Arimatea, y esperaba el reino de Dios.
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Este se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
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Después de bajarlo, lo envolvió en una sábana de lino y lo puso en un sepulcro cavado en la roca, en el que todavía no se había sepultado a nadie.
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Era el día de preparación para el sábado, que estaba a punto de comenzar.
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Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea siguieron a José para ver el sepulcro y cómo colocaban el cuerpo.