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Al oír esto, rechinando los dientes montaron en cólera contra él.
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Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo y vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios.
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—¡Veo el cielo abierto —exclamó—, y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios!
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Entonces ellos, gritando a voz en cuello, se taparon los oídos y todos a una se abalanzaron sobre él,
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lo sacaron a empellones fuera de la ciudad y comenzaron a apedrearlo. Los acusadores le encargaron sus mantos a un joven llamado Saulo.
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Mientras lo apedreaban, Esteban oraba.—Señor Jesús —decía—, recibe mi espíritu.
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Luego cayó de rodillas y gritó:—¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado!Cuando hubo dicho esto, murió.