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Por aquellos días se produjo un gran disturbio a propósito del Camino.
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Un platero llamado Demetrio, que hacía figuras en plata del templo de Artemisa, proporcionaba a los artesanos no poca ganancia.
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Los reunió con otros obreros del ramo, y les dijo:—Compañeros, ustedes saben que obtenemos buenos ingresos de este oficio.
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Les consta además que el tal Pablo ha logrado persuadir a mucha gente, no solo en Éfeso sino en casi toda la provincia de Asia. Él sostiene que no son dioses los que se hacen con las manos.
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Ahora bien, no solo hay el peligro de que se desprestigie nuestro oficio, sino también de que el templo de la gran diosa Artemisa sea menospreciado, y que la diosa misma, a quien adoran toda la provincia de Asia y el mundo entero, sea despojada de su divina majestad.
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Al oír esto, se enfurecieron y comenzaron a gritar:—¡Grande es Artemisa de los efesios!
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En seguida toda la ciudad se alborotó. La turba en masa se precipitó en el teatro, arrastrando a Gayo y a Aristarco, compañeros de viaje de Pablo, que eran de Macedonia.
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Pablo quiso presentarse ante la multitud, pero los discípulos no se lo permitieron.
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Incluso algunas autoridades de la provincia, que eran amigos de Pablo, le enviaron un recado, rogándole que no se arriesgara a entrar en el teatro.
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Había confusión en la asamblea. Cada uno gritaba una cosa distinta, y la mayoría ni siquiera sabía para qué se habían reunido.
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Los judíos empujaron a un tal Alejandro hacia adelante, y algunos de entre la multitud lo sacaron para que tomara la palabra. Él agitó la mano para pedir silencio y presentar su defensa ante el pueblo.
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Pero cuando se dieron cuenta de que era judío, todos se pusieron a gritar al unísono como por dos horas:—¡Grande es Artemisa de los efesios!
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El secretario del concejo municipal logró calmar a la multitud y dijo:—Ciudadanos de Éfeso, ¿acaso no sabe todo el mundo que la ciudad de Éfeso es guardiana del templo de la gran Artemisa y de su estatua bajada del cielo?
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Ya que estos hechos son innegables, es preciso que ustedes se calmen y no hagan nada precipitadamente.
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Ustedes han traído a estos hombres, aunque ellos no han cometido ningún sacrilegio ni han blasfemado contra nuestra diosa.
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Así que si Demetrio y sus compañeros de oficio tienen alguna queja contra alguien, para eso hay tribunales y gobernadores. Vayan y presenten allí sus acusaciones unos contra otros.
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Si tienen alguna otra demanda, que se resuelva en legítima asamblea.
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Tal y como están las cosas, con los sucesos de hoy corremos el riesgo de que nos acusen de causar disturbios. ¿Qué razón podríamos dar de este alboroto, si no hay ninguna?
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Dicho esto, despidió la asamblea.