11
Se acerca la hora en que el Señor
dirá
a la gente de Jerusalén:
«Mi querido pueblo, desde el desierto sopla un viento abrasador,
y no la brisa suave que se usa para separar la paja del grano.
12
¡Es una ráfaga estrepitosa que yo envié!
¡Ahora pronuncio la destrucción contra ti!».
13
¡Nuestro enemigo avanza hacia nosotros como nubarrones!
Sus carros de guerra son como torbellinos;
sus caballos son más veloces que las águilas.
¡Qué horrible será, pues estamos condenados!
14
Oh Jerusalén, limpia tu corazón
para que seas salvada.
¿Hasta cuándo guardarás
tus malos pensamientos?
15
Tu destrucción ya se anunció
desde Dan y la zona montañosa de Efraín.
16
«Adviertan a las naciones vecinas
y anuncien esto a Jerusalén:
“El enemigo viene desde una tierra lejana,
dando gritos de guerra contra las ciudades de Judá.
17
Rodean a Jerusalén como guardianes alrededor de un campo
porque mi pueblo se rebeló contra mí
—dice el Señor
—.
18
Tus propios hechos han traído todo esto sobre ti.
Este castigo es amargo, ¡te penetra hasta el corazón!”».
19
Jeremías llora por su pueblo
¡Mi corazón, mi corazón, me retuerzo de dolor!
¡Mi corazón retumba dentro de mí! No puedo quedarme quieto.
Pues he escuchado el sonar de las trompetas enemigas
y el bramido de sus gritos de guerra.
20
Olas de destrucción cubren la tierra,
hasta dejarla en completa desolación.
Súbitamente mis carpas son destruidas;
de repente mis refugios son demolidos.
21
¿Hasta cuándo tendré que ver las banderas de combate
y oír el toque de trompetas de guerra?