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Algunos de los que estaban allí, al oírlo, decían: Mirad, a Elías llama.
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Entonces uno corrió y empapó una esponja en vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber, diciendo: Dejad, veamos si Elías viene a bajarle.
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Y Jesús dando un fuerte grito, expiró.
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Y el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
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Viendo el centurión que estaba frente a El, la manera en que expiró, dijo: En verdad este hombre era Hijo de Dios.
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Había también unas mujeres mirando de lejos, entre las que estaban María Magdalena, María, la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé,
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las cuales cuando Jesús estaba en Galilea, le seguían y le servían; y había muchas otras que habían subido con El a Jerusalén.
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Ya al atardecer, como era el día de la preparación, es decir, la víspera del día de reposo,
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vino José de Arimatea, miembro prominente del concilio, que también esperaba el reino de Dios; y llenándose de valor, entró adonde estaba Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
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Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto, y llamando al centurión, le preguntó si ya estaba muerto.
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Y comprobando esto por medio del centurión, le concedió el cuerpo a José,
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quien compró un lienzo de lino, y bajándole de la cruz, le envolvió en el lienzo de lino y le puso en un sepulcro que había sido excavado en la roca; e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.
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Y María Magdalena y María, la madre de José, miraban para saber dónde le ponían.