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Y llegaron<***> a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo<***> a sus discípulos: Sentaos aquí hasta que yo haya orado.
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Y tomó<***> consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a afligirse y a angustiarse mucho.
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Y les dijo<***>: Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quedaos aquí y velad.
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Adelantándose un poco, se postró en tierra y oraba que si fuera posible, pasara de El aquella hora.
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Y decía: ¡Abba, Padre! Para ti todas las cosas son posibles; aparta de mí esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras.
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Entonces vino<***> y los halló<***> durmiendo, y dijo<***> a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No pudiste velar ni por una hora?
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Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil.
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Se fue otra vez y oró, diciendo las mismas palabras.
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Y vino de nuevo y los halló durmiendo, porque sus ojos estaban muy cargados de sueño; y no sabían qué responderle.
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Vino<***> por tercera vez, y les dijo<***>: ¿Todavía estáis durmiendo y descansando? Basta ya; ha llegado la hora; he aquí, el Hijo del Hombre es entregado en manos de los pecadores.
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Levantaos, vámonos; mirad, está cerca el que me entrega.
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En ese momento, mientras todavía estaba El hablando, llegó<***> Judas, uno de los doce, acompañado de una multitud con espadas y garrotes, de parte de los principales sacerdotes, de los escribas y de los ancianos.
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Y el que le entregaba les había dado una señal, diciendo: Al que yo bese, ése es; prendedle y llevadle con seguridad.
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Y habiendo llegado, inmediatamente se acercó a El diciendo: ¡Rabí! Y le besó.
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Entonces ellos le echaron mano y le prendieron.
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Pero uno de los que estaban allí, sacando la espada, hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja.
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Y dirigiéndose Jesús a ellos, les dijo: ¿Habéis salido con espadas y garrotes para arrestarme como contra un ladrón?
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Cada día estaba con vosotros en el templo enseñando, y no me prendisteis; pero esto ha sucedido para que se cumplan las Escrituras.
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Y abandonándole, huyeron todos.
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Cierto joven le seguía, vestido sólo con una sábana sobre su cuerpo desnudo; y lo prendieron<***>;
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pero él, dejando la sábana, escapó desnudo.
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Y llevaron a Jesús al sumo sacerdote; y se reunieron<***> todos los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas.
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Pedro le siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote; estaba sentado con los alguaciles, calentándose al fuego.
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Y los principales sacerdotes y todo el concilio, procuraban obtener testimonio contra Jesús para darle muerte, pero no lo hallaban.
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Porque muchos daban falso testimonio contra El, pero sus testimonios no coincidían.
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Y algunos, levantándose, daban falso testimonio contra El, diciendo:
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Nosotros le oímos decir: "Yo destruiré este templo hecho por manos, y en tres días edificaré otro no hecho por manos."
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Y ni siquiera en esto coincidía el testimonio de ellos.
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Entonces el sumo sacerdote levantándose, se puso en medio y preguntó a Jesús, diciendo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti?
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Mas El callaba y nada respondía. Le volvió a preguntar el sumo sacerdote, diciéndole: ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?
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Jesús dijo: Yo soy; y veréis al HIJO DEL HOMBRE SENTADO A LA DIESTRA DEL PODER y VINIENDO CON LAS NUBES DEL CIELO.
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Entonces el sumo sacerdote, rasgando sus ropas, dijo<***>: ¿Qué necesidad tenemos de más testigos?
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Habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece? Y todos le condenaron, diciendo que era reo de muerte.
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Y comenzaron algunos a escupirle, a cubrirle el rostro y a darle de puñetazos, y a decirle: ¡Profetiza! Y los alguaciles le recibieron a bofetadas.
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Estando Pedro abajo en el patio, llegó<***> una de las sirvientas del sumo sacerdote,
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y al ver a Pedro calentándose, lo miró y dijo<***>: Tú también estabas con Jesús el Nazareno.
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Pero él lo negó, diciendo: Ni sé, ni entiendo de qué hablas. Y salió al portal, y un gallo cantó.
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Cuando la sirvienta lo vio, de nuevo comenzó a decir a los que estaban allí: Este es uno de ellos.
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Pero él lo negó otra vez. Y poco después los que estaban allí volvieron a decirle a Pedro: Seguro que tú eres uno de ellos, pues también eres galileo.
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Pero él comenzó a maldecir y a jurar: ¡Yo no conozco a este hombre de quien habláis!
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Al instante un gallo cantó por segunda vez. Entonces Pedro recordó lo que Jesús le había dicho: Antes que el gallo cante dos veces, me negarás tres veces. Y se echó a llorar.