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Salió entonces la gente a ver qué había sucedido; y vinieron a Jesús, y encontraron al hombre de quien habían salido los demonios, sentado a los pies de Jesús, vestido y en su cabal juicio, y se llenaron de temor.
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Y los que lo habían visto, les contaron cómo el que estaba endemoniado había sido sanado.
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Entonces toda la gente de la región alrededor de los gadarenos le pidió a Jesús que se alejara de ellos, porque estaban poseídos de un gran temor. Y El entrando a una barca, regresó.
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Pero el hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que le permitiera acompañarle; mas El lo despidió, diciendo:
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Vuelve a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas Dios ha hecho por ti. Y él se fue, proclamando por toda la ciudad cuán grandes cosas Jesús había hecho por él.
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Cuando Jesús volvió, la multitud le recibió con gozo, porque todos le habían estado esperando.
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Y he aquí, llegó un hombre llamado Jairo, que era un oficial de la sinagoga; y cayendo a los pies de Jesús le rogaba que entrara a su casa;
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porque tenía una hija única, como de doce años, que estaba al borde de la muerte. Pero mientras El iba, la muchedumbre le apretaba.
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Y una mujer que había tenido un flujo de sangre por doce años y que había gastado en médicos todo cuanto tenía y no podía ser curada por nadie,
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se acercó a Jesús por detrás y tocó el borde de su manto, y al instante cesó el flujo de su sangre.
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Y Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Mientras todos lo negaban, Pedro dijo, y los que con él estaban: Maestro, las multitudes te aprietan y te oprimen.
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Pero Jesús dijo: Alguien me tocó, porque me di cuenta que de mí había salido poder.
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Al ver la mujer que ella no había pasado inadvertida, se acercó temblando, y cayendo delante de El, declaró en presencia de todo el pueblo la razón por la cual le había tocado, y cómo al instante había sido sanada.
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Y El le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz.
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Mientras estaba todavía hablando, vino<***> alguien de la casa del oficial de la sinagoga, diciendo: Tu hija ha muerto; no molestes más al Maestro.
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Pero cuando Jesús lo oyó, le respondió: No temas; cree solamente, y ella será sanada.
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Y cuando El llegó a la casa, no permitió que nadie entrara con El sino sólo Pedro, Juan y Jacobo , y el padre y la madre de la muchacha.
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Todos la lloraban y se lamentaban; pero El dijo: No lloréis, porque no ha muerto, sino que duerme.
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Y se burlaban de El, sabiendo que ella había muerto.
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Pero El, tomándola de la mano, clamó, diciendo: ¡Niña, levántate!
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Entonces le volvió su espíritu, y se levantó al instante, y El mandó que le dieran de comer.
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Y sus padres estaban asombrados; pero El les encargó que no dijeran a nadie lo que había sucedido.