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y cómo los principales sacerdotes y nuestros gobernantes le entregaron a sentencia de muerte y le crucificaron.
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Pero nosotros esperábamos que El era el que iba a redimir a Israel. Pero además de todo esto, este es el tercer día desde que estas cosas acontecieron.
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Y también algunas mujeres de entre nosotros nos asombraron; pues cuando fueron de madrugada al sepulcro,
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y al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que también habían visto una aparición de ángeles que decían que El vivía.
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Algunos de los que estaban con nosotros fueron al sepulcro, y lo hallaron tal como también las mujeres habían dicho; pero a El no le vieron.
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Entonces Jesús les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!
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¿No era necesario que el Cristo padeciera todas estas cosas y entrara en su gloria?
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Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a El en todas las Escrituras.
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Se acercaron a la aldea adonde iban, y El hizo como que iba más lejos.
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Y ellos le instaron, diciendo: Quédate con nosotros, porque está atardeciendo, y el día ya ha declinado. Y entró a quedarse con ellos.
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Y sucedió que al sentarse a la mesa con ellos, tomó pan, y lo bendijo; y partiéndolo, les dio.
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Entonces les fueron abiertos los ojos y le reconocieron; pero El desapareció de la presencia de ellos.
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Y se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras?
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Y levantándose en esa misma hora, regresaron a Jerusalén, y hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos,
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que decían: Es verdad que el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón.
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Y ellos contaban sus experiencias en el camino, y cómo le habían reconocido en el partir del pan.
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Mientras ellos relataban estas cosas, Jesús se puso en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros.
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Pero ellos, aterrorizados y asustados, pensaron que veían un espíritu.
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Y El les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y por qué surgen dudas en vuestro corazón?
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Mirad mis manos y mis pies, que soy yo mismo; palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo.
40
Y cuando dijo esto les mostró las manos y los pies.