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Había también una inscripción sobre El, que decía: ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS
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Y uno de los malhechores que estaban colgados allí le lanzaba insultos, diciendo: ¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!
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Pero el otro le contestó, y reprendiéndole, dijo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios a pesar de que estás bajo la misma condena?
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Y nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero éste nada malo ha hecho.
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Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
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Entonces El le dijo: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso.
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Era ya como la hora sexta , cuando descendieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena
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al eclipsarse el sol. El velo del templo se rasgó en dos.
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Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU. Y habiendo dicho esto, expiró.
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Cuando el centurión vio lo que había sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: Ciertamente, este hombre era inocente.
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Y cuando todas las multitudes que se habían reunido para presenciar este espectáculo, al observar lo que había acontecido, se volvieron golpeándose el pecho.
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Pero todos sus conocidos y las mujeres que le habían acompañado desde Galilea, estaban a cierta distancia viendo estas cosas.
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Y había un hombre llamado José, miembro del concilio, varón bueno y justo
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(el cual no había asentido al plan y al proceder de los demás) que era de Arimatea, ciudad de los judíos, y que esperaba el reino de Dios.
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Este fue a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús,
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y bajándole, le envolvió en un lienzo de lino, y le puso en un sepulcro excavado en la roca donde nadie había sido puesto todavía.
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Era el día de la preparación, y estaba para comenzar el día de reposo.
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Y las mujeres que habían venido con El desde Galilea siguieron detrás, y vieron el sepulcro y cómo fue colocado el cuerpo.
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Y cuando regresaron, prepararon especias aromáticas y perfumes. Y en el día de reposo descansaron según el mandamiento.