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Pero María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón.
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Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había dicho.
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Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, le pusieron por nombre Jesús, el nombre dado por el ángel antes de que El fuera concebido en el seno materno.
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Cuando se cumplieron los días para la purificación de ellos, según la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor
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(como está escrito en la Ley del Señor: TODO VARON QUE ABRA LA MATRIZ SERA LLAMADO SANTO PARA EL SEÑOR),
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y para ofrecer un sacrificio conforme a lo dicho en la Ley del Señor: UN PAR DE TORTOLAS O DOS PICHONES.
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Y había en Jerusalén un hombre que se llamaba Simeón; y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él.
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Y por el Espíritu Santo se le había revelado que no vería la muerte sin antes ver al Cristo del Señor.
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Movido por el Espíritu fue al templo. Y cuando los padres del niño Jesús le trajeron para cumplir por El el rito de la ley,
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él tomó al niño en sus brazos, y bendijo a Dios y dijo:
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Ahora, Señor, permite que tu siervo se vaya en paz, conforme a tu palabra;
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porque han visto mis ojos tu salvación
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la cual has preparado en presencia de todos los pueblos;
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LUZ DE REVELACION A LOS GENTILES, y gloria de tu pueblo Israel.
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Y los padres del niño estaban asombrados de las cosas que de El se decían.
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Simeón los bendijo, y dijo a su madre María: He aquí, este niño ha sido puesto para la caída y el levantamiento de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción
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(y una espada traspasará aun tu propia alma) a fin de que sean revelados los pensamientos de muchos corazones.
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Y había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ella era de edad muy avanzada, y había vivido con su marido siete años después de su matrimonio,
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y después de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. Nunca se alejaba del templo, sirviendo noche y día con ayunos y oraciones.
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Y llegando ella en ese preciso momento, daba gracias a Dios, y hablaba de El a todos los que esperaban la redención de Jerusalén.
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Habiendo ellos cumplido con todo conforme a la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
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Y el niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre El.
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Sus padres acostumbraban ir a Jerusalén todos los años a la fiesta de la Pascua.
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Y cuando cumplió doce años, subieron allá conforme a la costumbre de la fiesta;
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y al regresar ellos, después de haber pasado todos los días de la fiesta, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres,
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y suponiendo que iba en la caravana, anduvieron camino de un día, y comenzaron a buscarle entre los familiares y conocidos.
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Al no hallarle, volvieron a Jerusalén buscándole.
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Y aconteció que después de tres días le hallaron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
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Y todos los que le oían estaban asombrados de su entendimiento y de sus respuestas.
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Cuando sus padres le vieron, se quedaron maravillados; y su madre le dijo: Hijo, ¿por qué nos has tratado de esta manera? Mira, tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia.
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Entonces El les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿Acaso no sabíais que me era necesario estar en la casa de mi Padre?
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Pero ellos no entendieron las palabras que El les había dicho.
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Y descendió con ellos y vino a Nazaret, y continuó sujeto a ellos. Y su madre atesoraba todas estas cosas en su corazón.
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Y Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres.