30
Si me lavara con nieve y limpiara mis manos con lejía,
31
aun así me hundirías en la fosa, y mis propios vestidos me aborrecerían.
32
Porque El no es hombre como yo, para que le responda, para que juntos vengamos a juicio.
33
No hay árbitro entre nosotros, que ponga su mano sobre ambos.
34
Que El quite de mí su vara, y no me espante su terror.
35
Entonces yo hablaré y no le temeré; porque en mi opinión yo no soy así.